domingo, 1 de marzo de 2009

blog Almacén

28/02/2009
Relato de viaje (Segunda etapa)


El Chino continúa por Africa y nos ha enviado la segunda entrega de su material pero, lamentablemente a partir de ahí, nada más supimos de él. Nos comunicamos con las embajadas de Marruecos y Mauritania sin que nos ofrecieran respuestas a nuestra consulta. Se rumorea que lo apresaron (conociendo sus antecedentes no sería descabellado)
Sólo recibimos un mapa -todo cortado en cuadraditos- que tiene la pista de su destino. Apelamos a quienes lo puedan resolver para lograr ubicarlo
(Ver más abajo dónde dice MAPA)
No es que estemos muy preocupados por el hombre; es que tiene en su poder la guita que le dimos para conseguir las entradas del próximo mundial Sudáfrica 2010... y lograr hacer una diferencia con la reventa.

44 en Nouadhibou


Cumplir años en un lugar extraño y distante acelera invariablemente las notas de la sensibilidad. Lejos de los afectos, las emociones no dejan recuerdo por hurgar.
Nouadhibou, la segunda población en importancia de Mauritania, está ubicada en la península de Cabo Blanco, bien al oeste africano. Un lugar con muy poco encanto al que llegué luego de desandar un larguísimo camino desde Marrakech, primero en un bus hasta Dakhla y luego en camión hasta la frontera misma.

Perdido en las quimeras de los narradores de historias de la plaza Jemaa el Fna y los sortilegios de los encantadores de serpientes que tocan su flauta por unos pocos dirhams, había pasado tres días inolvidables en aquella deslumbrante ciudad marroquí.

Al cabo de ellos, empapado de fantasías pero sin encontrar a Rick ni a Sam tampoco por allí, me subí una tarde de jueves al bus rumbo a Dakhla; más de 1400 kilómetros hacia el sur.

El viaje fue una dura lucha contra el tedio y los dolores dorsolumbares, aquejados por suspensiones en mal estado y rutas agrietadas.

En horas de la madrugada el traslado ingresó en lo que se conoce como Sahara Occidental. Una enorme extensión de tierra casi desértica que hoy es ocupada por el Reino de Marruecos pero que, hasta hace no tanto tiempo atrás, estaba bajo el dominio fáctico del Frente Polisario (grupo que lucha por su independencia de los marroquíes y la autodeterminación del pueblo saharaui)
En cierto lugar del recorrido me despertó un uniformado.

A salvo de conflictos armados, la zona aún conserva ciertos procederes inquisitorios para con los extranjeros que en aquella época del Polisario tenían vedado, por tierra y sobradas razones, su ingreso a Mauritania.

Le entregué mi pasaporte. Lo miró, me miró, y se lo llevó hasta una garita cercana para apuntar algunos datos. Al regresar comenzó con las preguntas de rigor, a saber: ¿Por qué ha venido hasta aquí? ¿Adónde se dirige? ¿A qué se dedica?

En lo relativo a esta ultima cuestión, la experiencia me ha enseñado que no es conveniente decir que se es periodista en sitios insospechados como éste, ya que ello deriva en más signos de interrogación a responder; así que opté por contestar que era abogado lo que es verdad muy a pesar mío.

De todas maneras, y valga la acotación, el individuo de uniforme me dijo
-con una sonrisa complaciente- que no tenía aspecto de hombre de leyes.
Obviamente, asentí para mis adentros. Casi sin diferencias, el procedimiento se repitió seis veces antes de llegar a Dakhla. Para entonces había trabado amistad con un austríaco de dotes artísticas, un francés con espíritu ecologista, una italiana de expresiva simpatía, y una pareja de españoles venidos de Burgos, patria sempiterna del muy hidalgo Cid Campeador. Todos ellos también habían pasado por la repetida requisitoria de datos y documentación, lo que permitió conocernos, poco a poco, en cada uno de los sucesivos checkpoints. Pudimos confeccionar el "identikit" de cada uno y ponernos de acuerdo para ir juntos a la frontera con Mauritania. El asunto era conseguir un vehículo para conducirnos hasta allí. La negociación en las calles de Dakhla fue áspera. Primero cruzamos ofertas y contraofertas con un mauritano altísimo que me recordó vagamente, a un extra de alguna película de Boris Karloff ambientada en el norte de Africa. Después regateamos cien veces con un marroquí de mirada torva y escasas palabras. Finalmente, en la antesala de la medianoche, cerramos trato con otro lugareño menos alto y más permeable. Un camión nos llevaría primero hasta la frontera y después a Nouadhibou, ya en suelo mauritano.

En la mañana siguiente, bien temprano, partimos hasta nuestro destino.
De un lado del camino: el desierto, con personajes atractivos y sus arenas minadas como herencia de las batallas entre Polisario y el gobierno moro; del otro: el Atlántico.
De noche, tras doce horas de viaje a un ritmo bastante diferente al de las antiguas ediciones del Rally Dakar, llegamos a Nouadhibou.
No hubo velitas en mis 44, pero le reservé un espacio -en una de las paredes de nuestro alojamiento- a un dibujo que me hiciera mi hija Malena justo antes de partir a este largo viaje africano.
De más esta decir que fue suficiente
.

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